Cuenca es el río Júcar, y sus acantilados; es las Casas Colgadas (que no Colgantes!); es su Catedral del siglo XIII; es su Ciudad Encantada; y es su historia marcada por estar justo entre Valencia y Madrid, a tiro perfecto para una excursión de día desde ambas ciudades, y perfecta para un finde relajado.
El río Júcar es inevitable no percibirlo ya que es el que causa toda la orografía del terreno, gracias al efecto de su agua y del viento sobre la roca calcárea, que causa ese tajo tan característico. Tajo sobre el cual cuelgan las Casas Colgadas que tanta fama dan a la ciudad, y que parece que se vayan a caer de un momento a otro. Su catedral del siglo XIII gobierna la plaza central de Cuenca y su PORTAL es impresionante; y la Ciudad Encantada es una clase de geología en vivo y en directo. Por supuesto, Cuenca es también comer bien, y protegiéndonos del frío con algo ligero: no dejéis de probar el morteruelo, una pasta hecha con carne de caza que te hará recuperarte de todos los males.
Por último, su ubicación, tan valiosa hoy en día, también lo fue durante la Guerra Civil, por lo que siempre fue objetivo y formó parte de la retaguardia de ambos bandos. Una visita bastante recomendable por lo espectacular de la construcción es el refugio antiaéreo que se construyó para defender a la población de los diarios ataques aéreos alemanes e italianos. Aunque he visitado bastantes refugios antiaéreos, el de Cuenca es, quizás, uno de los más espectaculares ya que fue hecho a base de mazas, barrenas y dinamita, cuyas marcas aún se pueden ver y su ubicación debajo de un monte le da algo especial…. Tan especial que, después de la guerra, y antes de hacerlo visitable, se utilizó para criar champiñones.
Julio. Córdoba. Dos palabras que dentro del ámbito de las decisiones racionales nunca deberían ir unidas, pero que por gajes del destino y muy buenas razones (una boda de amigos muy queridos) el año pasado sí lo estuvieron.
Fue una visita un poco exprés porque la boda no era en la capital, pero nos dio tiempo a hacer un poco de turismo y comer con algún amigo perdido por allí. Una visita a Córdoba no se puede considerar tal si no incluye una visita a la Mezquita de Córdoba, que aunque ya no ejerce como tal, conserva todo el arte musulmán previo a la reconquista intacto (menos en aquella zona donde se ha instalado una iglesia cristiana, claro está).
La visita a la mezquita debe ser seguida por un paseo por la judería con o sin destino. Cuando voy por esos barrios de casas blancas y calles estrechas, me recuerda al barrio de Santa Cruz en Sevilla, con muchas tardes de domingo perdidas por allí, y acabar observando el puente romano que cruza el Guadalquivir.
En este caso, la ruta acabó con una comida basada en salmorejo-fusión (alguno de los salmorejos no tenía ni tomate!) en el Mercado de la Victoria, un mercado reconvertido en lugar de tapas, al estilo del Mercado de San Miguel o de San Antón en Madrid.
A la vuelta de Córdoba y de la boda, antes de llegar a Madrid, nada mejor que parar en las Tablas de Daimiel. Un lugar cientos de veces visto anunciado en la A-3 y en la A-4 y nunca visitado. Probablemente no fuimos en la mejor época (julio) ni por cantidad de agua, ni por cantidad y variedad de aves. Los humedales, formados por el agua del Guadiana, ofrecen cobijo a una gran variedad de fauna a lo largo del año. La visita está cómodamente organizada con diversas rutas que discurren entre los humedales y permiten la observación de las diversas aves que lo habitan.
Fin de semana tranquilo, a bordo del Faluca II. Justo entre dos puentes en Madrid, y con poco tráfico hacia Levante. El mar, apto para todo tipo de sensibilidades y estómagos. Fuimos con mar de popa casi toda la travesía, y el viento tampoco nos dejó exprimir al máximo el velamen. El objetivo de este fin de semana (ir un poco más allá en probar nuestras capacidades marineras estando “al mando”) se cumplió sobradamente: fondeos (y desfondeos) exitosos a la primera, noche fondeados en cala, embarcación auxiliar con motor, atraco en boya, e incluso baño en alta mar (si no sopla viento de navegar, es que hace tiempo de bañarse).
Siguiendo los consejos de un gran conocedor de la zona, salimos de Denia, y paramos a comer en Granadella (1), una cala espectacular y que yo sólo conocía por Instagram (y sin haberlo preparado, me ha salido un pareado), para seguir la travesía hacia el Sur y fondear en El Portet (2) en Moraira. Al día siguiente, vuelta hacia el norte, baño a un par de millas de tierra (el mar era una piscina de agua salada), y rumbo a Jávea a practicar atraque en boyas (3) y comer. Por la tarde, tras cruzar el cabo de San Antonio, por fin subió el viento (en el puerto esto no parecía tan buena idea), e hicimos un par de virajes por aquello de ponerle un poco de salsa, a puerto y de vuelta a casa,