La primera travesía a Ibiza de la temporada siempre es un gran momento. Una semana navegando y bañándonos por calas maravillosas, con un grado de desconexión del día a día máximo es para esperarlo con ganas. Este año se le añadía el hecho de que era la primera vez que lo hacía con el barco “nuevo”.
Después de experiencias pasadas, la ida la hicimos escalonada; lo de embarcar y hacer una travesía de 14 horas seguidas y sin dormir no es la mejor estrategia, más aún, cuando sólo hay un patrón a bordo. Así que esta vez, salimos de puerto a primera hora, y fondeamos en una boya en la Isla de Benidorm para desayunar y darnos el primer baño. Continuamos nuestra marcha cuando los primeros barcos que iban a pasar el día estaban llegando.
Seguimos costeando en dirección norte, acercándonos a ver la pequeña cascada que sale en la Sierra Gelada, y atravesando la bahía de Altea para fondear enfrente de Calpe para comer. Tuvimos algún problema con el enrollador de la génova en este punto, pero lo arreglamos en un par de minutos, y pudimos comer, darnos otro baño y echarnos una pequeña siesta antes de poner rumbo a Granadella, donde haríamos noche antes de cruzar a Ibiza. Tuvimos que parar antes en el puerto de Moraira, ya que descubrimos con cierto estupor que las dos bombonas de gas que teníamos estaban vacías. Después de esta parada imprevista llegamos a Granadilla, donde fondeamos en boya, y nos pudimos dar un buen baño antes de una noche en la que estuvimos totalmente solos en una cala rodeada de acantilados.
A las 5:00 de la mañana salimos hacia Ibiza. Las dos primeras horas de noche, y luego un amanecer de escándalo sobre el Mediterráneo. Cóctel perfecto, aderezado con un par de pesqueros de los que pasamos relativamente cerca, que empiezan a ser habituales en estas travesías. El resto de la travesía bastante tranquilo, desayuno en travesía, parchís (magnético, gran descubrimiento!), y alguna siesta; hasta que en la última hora y pico entró un fuerte viento de Levante que nos hizo bajar la velocidad un nudo por la corriente.
La idea era empezar con un plato fuerte a la par que tranquilo: fondear en una boya en la Isla d’Espalmador, un fondeadero especialmente tranquilo, que más que una cala, parece una piscina… Pero no contaba con que la última semana de junio ya es temporada alta… y no quedaban boyas. En media hora, el temor de no podernos quedar allí afortunadamente se disipó y se quedó libre un sitio al lado de la playa donde pasamos la noche, y las primeras horas de la siguiente mañana.
La siguiente parada fue Cala Saona, en Formentera, una de las calas con el agua más claras de todas las Pitiusas, y aunque llena de barcos, al ser muy amplia, teníamos nuestro espacio… Este fondeo sólo se vio alterado por los jaleos de algún barco cercano, y un accidente de un barco que acabó contra las rocas y ante lo que llegó, incluso, un barco de salvamento. Por la tarde, y tras conseguir in extremis un amarre en el puerto de Ibiza, navegamos un poco hacia el Sur, para luego volver a cruzar los Freus y llegar a Marina Botafoch a tiempo de ducha, paseo y cena en la ciudad.
A la mañana siguiente, emprendimos rumbo norte para fondear en Tagomago. Aunque la intención inicial era fondear en la cala Sur, no era muy practicable con el oleaje que había, así que probamos con la cala al Norte, que aunque muy profunda (fondeamos en más de 10 metros de profundidad), estaba cobijada de viento y marea, y tenía una zona de rocas interesante para bucear. Por la tarde, navegamos por el norte de Ibiza hacia Beniarrás y el Puerto de San Miguel, aunque nos decantamos por la segunda por espacio disponible (temporada alta?). Es una lástima que por la noche la paz se torne escándalo por los hoteles “todo incluido” que hay allí, pero disfrutamos mucho la mañana siguiente tranquilamente allí.
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La siguiente parada fue Cala Salada, cerca de San Antonio, con sus características casas donde los pescadores guardaban (guardan?) sus barcas, y su entorno natural aislado de la civilización. Muchos barcos pasando el día, y una meteorología muy cambiante, que nos hizo estar pendientes de los barcos de alrededor. A media tarde, tras rodear Conejera, pusimos rumbo a Cala D’Hort, una de las calas clásicas para dar el salto a la Península, y con vistas a los dos islotes de Es Vedrà que, al verlos en el atardecer, se entiende que hayan originado tantas leyendas de energías y magía alrededor de ellos.
A las 2:30 de la mañana, emprendimos la vuelta hacia la Península, con viento y mar de popa, y esta vez con un rumbo más Sur para fondear de nuevo en la Isla de Benidorm de nuevo cerca de las 13:00. El lugar del primer fondeo del viaje fue también el último, ya que de ahí, volvimos a puerto, y empleamos el día siguiente en visitar Alicante por tierra… y en planear la próxima escapada.
Pirineos fue el destino elegido para nuestras vacaciones de Semana Santa y, más que conocer, buscábamos compartir. Así que buscamos una Casa Rural con un salón grande en el que cupiéramos todos, y cuando llegamos elegimos qué hacer. Nuestra casa estaba en el Valle de Cardós, uno de los más remotos valles del Pirineo leridano, y una base perfecta para nuestro variado plan: un poco de turismo, alguna actividad, y juntarnos alrededor de ricas viandas y una buena conversación (y alguna discusión, para activar el cerebro).
Empleamos el jueves para viajar y, aunque desde Madrid es un poco pesado, sobre todo si no estás acostumbrado a conducir largas distancias, los últimos kilómetros de valles entre montañas escarpadas son espectaculares y un placer para la vista. Nuestros temores sobre la climatología (¿habría nieve?) se disiparon en cuanto llegamos a la casa en un valle verde y sin nieve.
En el Pallars-Subirá, la mejor recomendación de visita es el Parque Natural de Aigüestortes, en concreto, el Lago de San Mauricio. Confiados con el buen tiempo en nuestro valle, nos lo tomamos con calma y cuando llegamos a Espot para subir al Lago nos informaron que la carretera estaba cerrada y que sólo se podía subir en “taxi” (unos 4×4 que hay en Espot), y que más que andar habría que hacerlo con raquetas.
En su lugar, nos recomendaron ir al Bosc de Gerdar, un bosque de Alta Montaña, a pies del Puerto de Bonaigua. De allí sale una ruta hacia una cascada, pero nosotros lo dejamos a mitad ya que había bastante nieve. Fue poco más de un kilómetro, en un sendero entre enormes abetos cubiertos de nieve, como el camino. A la vuelta, nuestra recompensa fue una comida caliente en el Refugio de Gerdar: muy recomendable.
Tras la comida, seguimos la carretera para subir el Puerto de Bonaigua, que nos ofreció unas vistas espectaculares del Valle de Aneu desde un pequeño mirador. Tras el Puerto, estaba Baqueira, que atravesamos sin problemas porque todavía estaba todo el mundo esquiando, y llegamos a Vielha, la capital del Valle de Arán. El Valle de Arán es uno de esos sitios con mucha identidad, y con ciertas ansias diferenciadoras, entre ellas, con el idioma. Algunos habitantes del valle de Arán hablan aranés, que parece ser una mezcla entre catalán y euskera. De hecho, Arán significa Valle en euskera.
No es el único euskera que se dejó notar en este viaje, ya que muchos de los nombres de pueblos de la zona tiene un origen vasco. ¿Por qué? Tras unas pocas búsquedas en Internet, he podido descubrir que buena parte del Pirineo aragonés, catalán y Andorra perteneció a Navarra hasta el siglo XII, dejando tras de sí una importante huella en la toponimia pirenaica.
Volviendo a nuestra visita, Vielha, como capital, es una ciudad, llena de alojamientos para esquiadores, y con un par de calles con casas antiguas que le dan un toque interesante. Quizás no fue tan bonito el paseo que dimos hasta un menhir que nos recomendaron en la oficina de turismo, y cuyo único interés es que marca el centro geográfico… del Valle de Arán. Eso sí, probablemente es verdad que eso es el centro geográfico, porque no había nada más interesante alrededor.
Al día siguiente, sábado, la previsión hablaba de tormentas con precipitaciones (de lluvia en cotas bajas, y de nieve en cotas altas), así que fuimos a visitar algunos de los pueblos con encanto que la comarca tenía para ofrecernos. Elegimos empezar por Gerri de Sal, que además de pueblo típico de la zona, con cierto encanto, tenía un interés adicional en forma de salinas. Personalmente nunca me había planteado que podía haber salinas en zonas no marinas. En Gerri tienen una especie de pozo de agua salada al lado del río Noguera Pallaresa. La salinidad de dicha agua se debe a que hay unas bolsas de sal en el subsuelo, procedentes del Mar de Tetis, ya que esta zona era antiguamente un mar, antes de formarse la cordillera.
En el almacén de sal, un impresionante edificio del siglo XVII hay un museo muy interesante sobre la producción de sal de esta zona, ya que en sus momentos álgidos se llegaban a producir 1500 toneladas al año, dando trabajo a prácticamente todo el pueblo, aunque desde los años 80, la producción no ha continuado.
Tras aprender del proceso productivo de la sal, emprendimos la vuelta hacia casa, parando en Llavorsí, que nos gustó bastante. Un pueblo con casas de piedra, en perfecto estado de conservación, y con rincones bastante interesantes.
Al llegar a la casa, empezamos a preparar el fuego para la clásica torrà con productos locales que habíamos comprado el día anterior en la charcutería, y con unos calçots que conseguimos en el último minuto en un mercadillo. Espectacular todo.
El último día por allí lo empleamos en volver a primera a Espot, alquilar unas raquetas de nieve, y subir al Lago Mauricio para hacer la excursión hasta el Lago de la Ratera, volviendo por una ruta alternativa para poder ver la espectacular Cascada de la Ratera. Era mi primera vez con raquetas de nieve, y fue divertido y muy cómodas para andar por la nieve, aunque también bastante agotador. En cualquier caso, nos hizo un día buenísima, y disfrutamos las vistas al máximo.
Recuperamos fuerzas comiendo en una terraza al sol en Espot, y volviendo a casa paramos en algunos pueblos de camino. Escaló fue el primero, que es una “Villa Closa”, un pueblo consistente en una calle principal, dentro de una muralla, de origen medieval. Ya en el Valle de Cardós, aprovechamos para ver la iglesia de Ribera de Cardós, y subir a los dos pueblos al final del valle: Esterri de Cardós y Ginestarre, para poner punto y final a este viaje.
Nos quedamos con muy buen sabor de boca de la visita a una zona que yo sólo conocía por alguna escapada de esquí en mis años (más) mozos, pero que tiene mucho que ofrecer en muchos otros ámbitos… Pensando ya en el siguiente destino, que también huele a norte.
Últimamente mis viajes vienen marcados por eventos de uno u otro tipo. Mi vuelta a Cataluña después de unos años no podía ser menos: una boda en la comarca de la Garrotxa en el Pirineo de Girona.
Cuando unos amigos me propusieron que alargáramos la visita por la boda un par de días más, no pude decir que no. Así, tuvimos 2 días para hacer un poco de turismo variado por la zona, ya que Girona es una de esas grandes desconocidas, imagino que por lo apartado de su localización, y que a su vez lo convierte en una joya poco masificada.
Por la parte natural, Girona tiene dos vertientes claramente diferenciadas: la montaña, siendo La Garrotxa su máximo exponente, con sus impresionantes valles; y la costa, con la espectacular Costa Brava (nota mental: algún día habrá que navegar por aquí).
Las poblaciones tampoco se quedan atrás, con muchos pueblos y ciudades (la propia capital, por ejemplo) con un origen medieval, y en un excelente estado de conservación. Es difícil no sentirse temporalmente en la Edad Media, cuando se visitan estas localidades con estrechas calles y edificios de piedra.
Como teníamos dos días, decidimos dedicar un día a la costa, y otro al Medievo. Para la parte de la costa escogimos la zona de Palamós, donde hicimos una parte del Camino de Ronda, una ruta senderista, muy cerca de la línea de costa que recorre 43 km de la Costa Brava. Nosotros nos conformamos con llegar a Cala S’Alguer, con sus pequeñas casitas blancas con puertas de colores, y a la Playa del Castell adyacente y volver hasta el Castillo de Sant Esteve al Sur.
Tras abrir el apetito con el paseo, y bien aconsejados por nuestros anfitriones locales, subimos hasta Begur, a la cala de Aiguablava (agua azul, en castellano, y que constituye una precisa descripción del lugar) para comer un arroz delante del Mediterráneo y ver desde la distancia la parte medieval de Begur al emprender el camino de vuelta.
Aunque para medieval, teníamos el plato fuerte reservado para la tarde: Pals, una de esas joyas que comentaba antes, que si no fuera por los turistas y los comercios, uno no sabría en qué época está.
Al día siguiente, después de abortar el plan inicial de Cadaqués (hay que tener algo para volver, ¿no?), la agenda quedó muy medieval: Besalú y Girona. Aunque, en conjunto, Pals era muy espectacular, el puente románico de Besalú impresiona al más pintado, ya que no sólo es un puente, sino que tiene una puerta fortificada en mitad de la misma.
Girona, por otro lado, me sorprendió gratamente. No tiene toda la fama que se merece, a tenor de su casco antiguo medieval, en un estado tan bueno de conservación, y perfectamente integrado con el resto de la ciudad más actual, siempre vigilada por su impresionante Catedral.
Después de los días de asueto, llegaron los fastos de la boda, y como no podía ser menos, los lugares elegidos nos seguían recordando lo espectacular de esta zona, siendo masías que dominaban unos hermosos valles verdes.
Queda mucha Girona por ver y por disfrutar. A buscar la siguiente excusa.